Cuando cae la noche y el cielo se pone su traje de gala, a los luciérnagos nos entra el instinto depredador, esa sensación que cautiva a cualquier amante de la noche, ese reloj interno que te hace ser fuerte y con ganas de salir de caza.
Pero aquella fría noche se intuía que no lo iba a ser. El cielo se empezó a revelar hacía nosotros harto de nuestras extensas y múltiples cacerías.
Como si de lanzas se tratara el cielo se enfrentó a nosotros con sus mejores armas, quedando únicamente un único testigo para comprobar y poder dar testimonio de su enfurecido estado.
Una pasada compañero el efecto del cielo, el lugar elegido y ese pedazo modelo jejeje
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